LA PASIÓN IMPUNE
El puño apretado y la vista… ¿dónde?: ¿en ese puño? ¿en el cielo? ¿en el entrenador? ¿en la raqueta?
¿Mirando a los ojos del rival? No. Por lo menos no era algo normal en los tiempos de vigencia de aquellos códigos no escritos que parecen haberse desgastado últimamente.
Pudimos haber visto algo en Jimmy Connors y John McEnroe en los ‘80/’90 y en el Lleyton Hewitt de los 2000, pero eran la excepción y no la regla.
Si ponemos la misma lupa en el público presente en los estadios, habría que buscar el punto de inflexión en los eventos de Copa Davis, siempre teñidos de fervor nacionalista, desde mediados de los ’70. Nunca antes.
Europa occidental, Estados Unidos y Australia habían sido los dueños del tenis durante décadas y el reparto de glorias aseguraba la sustentabilidad de todos los elementos folklóricos que forjaron el mote de “deporte blanco” que lo distinguió.
Y mas avanzada la era profesional aparecieron las primeras expresiones de rebeldía y ebullición, pero en forma gradual. La gente todavía no se animaba a festejar una doble falta, un error no forzado o una pelota mala, a milímetros de la línea.
Y probablemente no se animaba porque no encontraba ninguna señal “habilitante”. Hasta que empezó a reconocerla en las actitudes de ciertos jugadores que, primero fueron pocos y hoy son muchísimos.
El comportamiento del jugador que, en medio de un partido disputado, invita al público a alentarlo usando “gestos de director de orquesta”, en mi opinión personal, además de ser una muestra de debilidad y de cierta cobardía, es un verdadero retroceso en la evolución del tenis.
Nuestro deporte, individual como el golf, requiere de una gran precisión que se vuelve imposible en medio de un griterío personalizado e inoportuno.
El boxeo también es individual y, aunque la participación desatada del público estuvo siempre ligada a su folklore esencial, cualquier púgil preferiría que le garantizasen silencio mientras pelea.
¿Se podría hacer algo al respecto, para poner las cosas más cerca del lugar correcto? Quizá no, porque las reglas aparecen cuando “la sangre llega al río” y ese momento aún no ocurrió. Pero podemos adelantarnos con la imaginación y diseñar en borrador algunas medidas que inviten a jugadores y público a no ponerse a contramano de los nobles códigos que nos distinguieron.
Gente pasional: No teman. Quien tenga que ganar, ganará y el buen espectáculo estará garantizado con la incorporación de unas pocas medidas que eviten la “impunidad de la pasión” en nuestro deporte.
Y si, por si acaso, entre los lectores se encontrasen interesados en un Tenis Show más emparentado con la “Lucha Libre”, tengo algo para decirles. Pero por línea privada.
Evaristo Pescadas Traful (Lic.)